martes, 12 de junio de 2012

Testimonio de Bartimeo


Hola, mi nombre es Bartimeo.  Cuando nací, tenía una buena salud, buen peso, la estatura adecuada, aparentemente un niño sano.  Solo tenía un problema, que fue descubierto luego de algún tiempo: yo había nacido ciego.
El dolor en mi familia era muy grande.  Mis padres lloraban mucho, ya que en mi país el hecho de que alguien nazca ciego o con algún otro defecto o enfermedad es sinónimo de castigo divino por algún pecado.  Esto era motivo de gran vergüenza para la familia.
Cierto día, mis padres tomaron una decisión que cambiaría el resto de mi vida.  Fue así como me dejaron abandonado a las puertas de la ciudad de Jericó.  Apenas tenía cinco años cuando todo esto pasó.
Fue muy duro.  Al principio no entendía nada, pensaba que iban a regresar por mi, que todo esto era un error.  Sin embargo no era así.  Empezó a hacerse tarde, lo sé porque el ir y venir de las personas iba menguando, ademas la temperatura empezó a bajar, el frío penetraba hasta lo más hondo de mí, incluso los huesos me empezaron a doler, empecé a tener hambre, no había comido nada en horas.  Pero lo peor de todo es que me sentía solo y confundido.  Así fue mi primer experiencia lejos de todo cuidado y compañía.
Al día siguiente me levanté con muchas esperanzas de que mis padres llegaran y me llevaran nuevamente a casa, pero eso nunca pasó.  Los volví a esperar al día siguiente, y al siguiente y al siguiente, pero nunca volvieron por mi.  Empecé a entender lo que pasaba.
Entonces comencé a pedir limosnas.  Mucha gente entraba y salia cada día de Jericó, así que estar a la puerta de la ciudad era ventajoso, a veces.  Muchas veces lo que me daban de caridad no me alcanzaba para comer.  !Cuantas veces me acosté sin comer nada!  Así fue pasando el tiempo, y entre limosna y limosna me fui acostumbrando a mi nueva vida.  Pasaron los días, meses, años, y yo ya había perdido toda esperanza.  Moriría pidiendo limosnas a las puertas de Jericó.
Un buen día, escuché hablar de un hombre de Nazareth que según decían era capaz de hacer muchas sanidades milagrosas.  Decían que hacia hablar a los mudos, que los cojos andaban, que los paralíticos se podían mover, que resucitaba muertos, que un hombre con la mano seca había recuperado la movilidad, una mujer encorvada había sido sanada, y muchos milagros más, incluso había devuelto la vista a ciegos.  Algunos creían que era uno de los profetas que había vuelto a la vida, otros afirmaban que se trataba de Elías, y un pequeño grupo estaba convencido de que este era el Cristo que había sido prometido.
Necesitaba estar cerca de él, pero mi ceguera me lo impedía.  Así que continué pidiendo limosnas, pero cada día rogaba que Jesús pasara por Jericó.  Hasta que un día Dios me escuchó: Jesús estaba en la ciudad, !estaba en Jericó!
Esperé pacientemente a que saliera para poder acercarme a él y pedirle que me sanara.  De repente, mucha gente empezó a salir de Jericó.  Como me pareció raro que muchos salieran juntos, pregunté por qué tanto alboroto.  Me dijeron que Jesús estaba saliendo de Jericó.  Cuando escuché esto me puse muy triste.  Había esperado tanto tiempo para estar cerca de Jesús, y ahora que había estado en Jericó se estaba marchando y no había podido estar con él.  Las lagrimas corrían por mi rostro, sería ciego para siempre, moriría siendo ciego, a menos que...
Me puse de pie y empecé a gritar: "Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí"  La multitud que seguía a Jesús me reprendía para que me callara, pero yo no estaba dispuesto a quedarme ciego hasta morir, así que gritaba con más fuerza: "Jesús, hijo de David, ten misericordia de mi"
En ese momento Jesús se detuvo, y mando que me llevasen ante él.  !Qué emoción la mía!
- ¿Qué quieres que te haga? - me preguntó Jesús
Estoy seguro que Jesús sabia lo que yo quería, pero él deseaba que yo se lo pida.
- Señor, quiero ver - fue mi respuesta - quiero recibir la vista.
- Recíbela - me contestó Jesús.
En ese preciso momento pude ver.  Veía los arboles, los animales, la luz del sol, a las personas, pero lo más importante, podía ver a aquel que me dio la vista, a Aquel que me dio todo.  Empecé a seguir a Jesús cantando y dando gloria a Dios.

viernes, 8 de junio de 2012

Corriendo con los caballos


Jeremías 12:5
Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿Cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de paz no estabas seguro, ¿Cómo harás en la espesura del Jordán?

El profeta Jeremías tuvo un ministerio bastante difícil.  Fue llamado desde muy joven (1:6) a una tarea bastante ardua.  Jeremías ministró durante el reinado de los cinco últimos reyes de Judá.  Mientras el pueblo se extraviaba cada vez más en sus pecados y abominaciones, en el norte se hacía cada vez más poderoso el Imperio Babilónico, amenazando así a la pequeña Judá.  Judá, cegada por sus pecados, rehusó escuchar a Dios por medio de Jeremías.  A este, lo maltrataron, fue objeto de burla, cárcel, fue arrojado a una cisterna, mantenido con agua y pan.  Pero Dios siempre estuvo con él, tal como se lo prometió en su llamamiento (1:8).
Aun así, llegaron momentos en la vida del profeta en que, abrumado por todo cuanto se le venía encima, por toda la maldad del pueblo judío, toda la idolatría que se veía, pidió la destrucción de los malvados, de los idolatras, de los impíos (12: 1 – 4).
Pero es interesante la respuesta de Dios.  Dios no le dice: “Esta bien Jeremías, voy a aliviarte de tu sufrimiento, eliminare a todos los que buscan mi mal y el tuyo.”  “Mandaré fuego del cielo y consumirá a todos los pecadores”
No, no es eso lo que Dios hace, sino que le responde con respecto a la actitud de Jeremías (12:5).
“Si en lo que es más sencillo te cansas y desistes, como podrás en lo que realmente requiere de esfuerzo”
Muchas veces estamos también quejándonos de las cosas que nos acontecen, de las muchas lecturas (perdón no quise decir eso), de lo cansado que nos sentimos, que tenemos que quedarnos hasta altas horas de la madrugada estudiando, lo difícil que nos resulta el servicio cristiano, lo complicado que puede ser entender hebreo o griego, etc.
Sin embargo, aun estamos corriendo con los de a pie.  Aun no empezamos a correr con los que cabalgan y ¿ya estamos cansados?  ¡Tengamos cuidado!
En mis dos últimos años de colegio, tuve el privilegio de representar en atletismo a Pedernales en varias competencias a nivel de Manabí e incluso fui a correr en la carrera Zaracay 10 K.  Pero, para poder participar en cada una de esas carreras necesite mucho tiempo de preparación.  Cada día entrenaba de cinco a siete de la tarde, durante meses enteros, debíamos ser disciplinados, tener una dieta balanceada, un horario adecuado para dormir, etc.  Todo esto para correr 10 segundos o menos de ser posible.
De la misma forma sucede en la vida del cristiano.  Debemos entrenarnos para el día de mañana, debemos tener disciplina hoy en día.  Hay varios aspectos o áreas en las que debemos ejercitarnos como cristianos.  Solo veremos tres por honor al tiempo:

Oración._ La oración es la forma en que nos comunicamos con nuestro Padre.  Esto es algo básico, pero que muchas veces no le damos la importancia debida.  En 1 Tesalonicenses 5:17 Pablo nos exhorta a orar sin cesar. Martín Lutero decía que tenía tanto que hacer que necesitaba dos horas para orar.  Ejercitémonos en la oración porque esta aprovecha para lo eterno.

Devocional diario._  Creo que en esto somos peritos, sin embargo solo quería mencionarlo.  Y recordar que este es un momento de suma importancia en nuestro día.  Por medio de nuestro encuentro diario con Dios podemos reafirmar nuestra relación con Él.  Llegó un momento en mi vida en que este tiempo se me volvió una rutina: orar, leer el pasaje, meditar, orar.  Sin embargo, no debe ser así.  Debe de ser un momento especial, anhelado.  Debemos poder decir junto al salmista: Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. (Salmo 5:3).

Lectura diaria de la Palabra de Dios._ A parte del tiempo de devocional, es necesario leer más la Palabra de Dios.  Colosenses 3:16 nos exhorta a que la palabra de Cristo more en abundancia en vosotros.  En cierta ocasión un profesor, dio un desafío, el preguntó ¿Cuánto tiempo utilizamos haciendo nada? (viendo tv., horas y horas en facebook, jugando, etc.)  ¿Qué pasaría si ese tiempo lo invirtiéramos en leer la Palabra de Dios?  Nuestras vidas serían distintas, estaríamos siendo llenos del Espíritu Santo y pareciéndonos cada vez más a Jesús.
Pudiera escribir un libro acerca de disciplinas cristianas (ayuda a los pobres, aprovechar bien el tiempo, ser generoso, aprender a perdonar, etc.) pero si somos disciplinados en estas tres podremos también empezar a ser disciplinados en las demás.
¿Cómo correremos mañana?  ¿Podremos resistir las dificultades que se presentaran en el ministerio?
Todo depende de si es que desde ahora empezamos a ser disciplinados en las diferentes áreas de nuestras vidas.
Si queremos correr mañana con los de a caballo, empecemos hoy por ser disciplinados.

domingo, 8 de abril de 2012

Mateo 28:1 - 10

Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro.  Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella.  Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve.  Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos.  Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor.  E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho.  Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: !!Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron.  Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán.


viernes, 6 de abril de 2012

Injusto pero necesario

El día de hoy, denominado "Viernes Santo", ocupa un lugar muy importante en nuestros calendarios, ya que en este día recordamos el evento más injusto de toda la historia de la humanidad: la crucificción de Jesús, el Hijo de Dios.

Poncio Pilato, el gobernador romano en Palestina, en un acto de cobardía quiso negociar la libertad de Jesús pero el pueblo había sido persuadido por los principales líderes religiosos de la época, pidió la libertad de un asesino.  Y que Jesús que sea crucificado (Mateo 27:15 - 23).

El mismo pueblo que días atrás le daba la bienvenida a Jerusalén (Mateo 21:1 - 11), ahora pedía su crucificción.  Mataban al Cristo, a Aquel que les  había alimentado en el desierto, había expulsado demonios, les había sanado de tantas enfermedades.  Aquel que solamente les había hecho bien, ahora era el merecedor de tan cruel muerte.  !Que injusto¡

Pero a pesar de toda la injusticia de este acto, esta era la forma en que Dios haría expiación por nuestros pecados.  Un dicho norteamericano dice: "no hay almuerzo gratis, alguien siempre tiene que pagar".  De la misma forma, no era cuestión de que Dios tronara los dedos y el pecado de la humanidad desaparecería, había un precio que pagar, precio que nosotros, la raza humana jamás podríamos pagar.

Por esta razón era necesario un sacrificio perfecto, agradable a Dios.  Y solo Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).  

Lo impactante de este sacrificio es el hecho de que era Dios quien había sido ofendido con nuestros pecados, y por lo tanto era su ira la que debia ser satisfecha, pero es Él mismo quien provee la paga para que usted y yo no seamos castigados:

"Mas Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros"
Romanos 5:8

Ahora bien, usted puede lamentarse año tras año la muerte de Cristo en la cruz, o puede también aceptar el sacrificio de Cristo por usted y vivir agradecido a Dios, y mediante esa gratitud servir y agradar a Dios con temor y temblor.

martes, 3 de abril de 2012

Bienaventurados los pobres en espíritu


Cuando alguien va en busca de algún trabajo, o queriendo ingresar a algún centro de estudios, lo primero que se le dice es que debe cumplir con una serie de requisitos.  Requisitos en cuanto a su comportamiento dentro y fuera de la institución, reglas en cuanto a sus responsabilidades y deberes y también sus privilegios.  De la misma forma, cuando Jesús habla a sus discípulos en la ocasión que conocemos como el Sermón del Monte, les da los requisitos que deben cumplir para ser verdaderos ciudadanos del Reino de Dios.
En esta ocasión analizaremos tan solo la primera característica que tiene un hijo de Dios, un ciudadano del Reino, que Jesús nos muestra en Mateo 5:3

"Bienaventurados los pobres en espíritu, 
porque de ellos es el Reino de los cielos."

En primer lugar notamos que este pasaje no habla de personas pobres materialmente.  Puede haber personas muy ricas materialmente hablando, pero pobres en espíritu, de la misma forma que puede haber personas pobres materialmente, pero que no tienen un espíritu pobre.  Tampoco ser pobre en espíritu se refiere a ser pobre en espiritualidad.  Es decir a no adorar a Dios en espíritu y verdad por carecer de una relación verdadera con Dios.  Tampoco es pobreza en espíritu la falsa humildad de decir que no tenemos dones o talentos para servir a Dios y edificar la iglesia.  Eso más bien es, ser ingrato, mentiroso y perezoso, no queriendo trabajar por y para el Señor.
Entonces, ¿ Quien es un pobre en espíritu?  Un pobre en espíritu es todo el que tiene corazón de pobre, que se siente pequeño, mendigo, insuficiente, y depende siempre y en todo de Dios, aun en aquellas cosas que pueden resultar insignificantes.  Ser pobre en espíritu es tener un bajo concepto de sí mismo.  Tenemos el ejemplo de Pablo, el cual, a pesar de abundar en dones espirituales se tenía el menor de los apóstoles (1 Corintios  15:9) y como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15).  En tercer lugar, un pobre en espíritu es aquel que ha perdido toda confianza en su propia justicia y en sus propias fuerzas, y reconoce que depende totalmente del merito de la obra de Cristo y del poder de su Espíritu.  Tiene un corazón contrito y humillado y clama como el publicano en Lucas 18:13.  Aquel es un pobre en espíritu.
     Pero, ¿Por qué es bienaventurada una persona así?  La razón la podemos encontrar en el mismo versículo, la segunda parte:  "Porque de ellos es el Reino de los Cielos".
     Ahora bien, ser un poseedor del Reino de los Cielos tiene sus implicaciones.  Implica responsabilidades, pero también privilegios.
     En primer lugar veamos las responsabilidades.  Para ser un poseedor del Reino de los Cielos es necesario reconocer la pobreza propia y recurrir siempre a Dios.  Reconocer que no somos nada ni nadie, que no podemos hacer las cosas en nuestras propias fuerzas, que necesitamos de la ayuda de Dios cien por ciento.  En segundo lugar, un poseedor del Reino de los Cielos debe mantenerse en constante análisis personal de su relación con Dios.  Buscando la limpieza física y espiritual (2 Corintios 7:1).  Debe, con la ayuda del Espíritu Santo eliminar aquellas cosas que estorban su relación con Dios, aquellos pecados que pueden llegar a parecer minúsculos pero que en realidad son grandes obstáculos para tener una vida de santidad frente a Dios.  Pero no solo en relación con Dios, sino también frente a los hombres.  El apóstol Pedro nos exhorta a vivir limpiamente frente a los inconversos,  a tener un testimonio intachable con aquellos que no conocen a Cristo (1 Pedro 2:11 – 12).  Finalmente hemos sido llamados para vivir santamente en todos los ámbitos de nuestra vida (1 Pedro 1:14 – 16).
Como vimos hace un momento, el ser un poseedor del Reino de los Cielos también trae consigo sus recompensas, sus privilegios.  Un ciudadano del Reino de los Cielos es alguien feliz, alguien bienaventurado (súper feliz), ya que está seguro que Dios siempre está a su lado ayudándolo y acompañándolo.  Además es consiente de que es poseedor de grandes y preciosísimas promesas.  Dios habita en un él a través de su Espíritu, un ciudadano del Reino es hijo de Dios (2 Corintios 6:14 – 18); Dios mismo estará con él y con él siempre.  Puede estar seguro, de que, al cumplir con su responsabilidad de vivir santamente el Nombre de su Rey será exaltado y glorificado por todos (1 Pedro 2:12), aun los inconversos.  Y también él mismo llegará a parecerse a su Dios y Padre (1 Pedro 1:16).
Saltan varias preguntas, que cada uno debe contestarse a sí mismo.  ¿Estoy dependiendo totalmente de Dios?  ¿Me creo auto-suficiente?  ¿Reconozco el pecado en mi vida?  ¿Cómo me afecta en mi vida?
Es hora de reconocer nuestra bajeza y nuestra necesidad de Dios y empezar a depender totalmente de Él

Un hombre conforme al corazón de Dios

Quizá uno de los hombres más grandes del Antiguo Testamento es David.  En el presente estudio voy a estudiar algunos de las características de este siervo de Dios. 
David era un hombre conforme al corazón de Dios.  Cuando pecaba, volvía a los caminos de Dios, se arrepentía de todo corazón.  No callaba o encubría su pecado, sino que lo confesaba y se apartaba rotundamente de él, no volvía a caer en dicho pecado.[1]
Esto también nos habla de su espiritualidad.  David era un hombre sensible a la voz de Dios.  Su vida estaba en armonía con el Señor.[2]
David era un hombre obediente.  Cuando Samuel va a ungir al futuro rey de Israel, David se encontraba en el campo cuidando las ovejas de Isaí su padre (1 Samuel 16:11).  Podemos ver en David que era también responsable.  A pesar de haber sido ungido como futuro rey de Israel, regresó al campo a seguir cuidando ovejas (1 Samuel 16:19).  Cuando Saúl, mandó llamarle para que toque el arpa para él, David acudió sin demora.  Luego de esto regresó a su trabajo pastoril (1 Samuel 17:15).  “Ese era su trabajo y era fiel en hacerlo.”[3] Esto nos demuestra su humildad y responsabilidad.  El ejército filisteo desafiaba a los escuadrones de Israel.  David, quien se encontraba cuidando ovejas, es llamado para llevar un encargo a sus tres hermanos mayores que se encontraban en la guerra.  Sin reclamar David obedeció (¿Dónde estaban los otros hermanos de David?), pero no se fue dejando abandonadas las ovejas, sino que dejo un encargado de cuidarlas (David fue obediente y responsable) (1 Samuel 17:20).[4]
David tenía un corazón de siervo, esto lo hacía humilde.  El hecho de ser un siervo, hacía de David, alguien obediente a sus autoridades, no se oponía a ellas.  La humildad lo condujo a la obediencia, sin importar quien se llevara el merito, su misión era cumplir su tarea.[5]
David era un hombre integro.  Tenía un “estilo de vida sencillo, honorable, virtuoso, incólume… honesto hasta los tuétanos.”[6]
David fue un hombre de fe.  Mientras aquellos hombres preparados para la guerra temblaban de miedo con solo oír a Goliat desafiarlos, el joven David, se presenta delante de Saúl, y confiando en el poder de Dios, se ofrece para pelear contra aquel gigante, no él, sino Jehová de los ejércitos.  (1 Samuel 17:31 – 39, 45).  A David le molestó mucho que, aquel filisteo hablara mal y maldijera a Jehová Dios.[7]  David pudo salir a enfrentar al gigante, porque confiaba en Dios.  Sabía en quien confiaba, y que Aquel no lo defraudaría.  Si paso tiempo con Dios, sobre mis rodillas, entonces tendré fe y  confianza en Dios.[8]
Luego de la batalla en el valle de Ela,  David es puesto sobre un batallón del ejército israelí.  David, se conducía con prudencia.  Empezaba a ser reconocido, y por lo tanto debía ser prudente, ya que era observado por todos (1 Samuel 18:5).
David fue un individuo valiente, un guerrero.  A lo largo de su vida, lo vemos emprendiendo batallas, conquistando territorios, defendiendo a su pueblo, agrandando el reino.
Fue leal, noble.  Aun cuando ya había sido ungido como rey sobre las tribus de Israel, y teniendo el poder para matar a Saúl, no aprovechó la oportunidad para levantar su mano contra el rey (1 Samuel 24: 3 – 12; 26: 7 – 12, 14).  Aprendió a esperar en Dios, a no “darle una manito.”
El rey David fue un hombre visionario.  No podía vivir tranquilo sabiendo que él habitaba en una gran casa de cedro, mientras que el Arca del Pacto estaba en una tienda de campaña, entre cortinas (2 Samuel 7:1 – 2).  Sin embargo al ser impedido por Dios de llevar a cabo dicha empresa, proveyó y acumuló riquezas para que su hijo construyera el Templo de Dios.
El rey David fue un hombre de palabra, cumplía lo que prometía.  Juró lealtad a Jonatán, y muchos años después de la muerte de este, David se ocupaba de Mefi-boset, descendiente de Jonatán (2 Samuel 9: 1 – 13).
Uno de los grandes placeres de David, era pasar tiempo a solas con Dios.  Esto lo podemos comprobar a través de los Salmos.  David no simplemente cantaba por cantar, él adoraba a Dios de todo corazón.  Era un hombre espiritual.
Sin embargo, David no era un superhombre, también poseía puntos débiles, también tenía sus momentos de debilidad.
Cuando el rey Saúl buscaba a David para matarlo, en cierto momento David dejó de confiar en Dios y a temer a lo que pudiera hacerle Saúl (a pesar de haber sido ungido rey).  Esto lo podemos ver en la frase que David dice a Jonatán: “apenas hay un paso entre mí y la muerte.” (1 Samuel 20: 3).  Ante momentos difíciles, muchas veces dejamos de depender de Dios y a buscar refugio y/o ayuda en otro lado.
David, de quien Dios dice ser un hombre conforme a su corazón, fue un padre consentidor.  Descuidó su propia familia.  Uno de sus hijos violó a su media hermana, sus hijos peleaban entre sí, se mataban unos a otros, sin embargo David no los corregía (2 Samuel 13).  David se ocupó tanto de inyectar fe en el pueblo, impartir justicia, extender el reino, engrandecer Jerusalén, que se olvidó que su primera responsabilidad era con su familia.  Muchas veces nos centramos tanto en el ministerio que desempeñamos, que nos olvidamos de compartir tiempo con nuestras familias, nos descuidamos de nuestros hermanos, padres, cónyuge.  Debemos recordar que el primer ministerio es la familia (1 Timoteo 3: 4 – 5).
Cuando su reino empezó a gozar de prestigio, el poder lo convirtió un poquito caprichoso.  Adulteró con la esposa de uno de sus soldados.  Luego lo mandó a matar (2 Samuel 11).  En otra ocasión, sin consultar con Dios y advertido por su general Joab, censó al pueblo para así medir la gloria alcanzada (1 Crónicas 21: 1 – 6).  El mucho poder es peligroso, envanece.  Cuando estamos en un ministerio y tenemos personas a nuestro cargo debemos evitar a toda costa envanecernos por el puesto en que estamos.  Debemos de recordar siempre que somos siervos, puestos para servir primeramente a Dios, y también a nuestros hermanos.
David, un hombre conforme al corazón de Dios.  A pesar de sus aciertos y desaciertos, fue un hombre que nunca dejó de amar a Dios.  Esto es lo que Dios quiere de cada uno de sus hijos, que le amemos con todo nuestro corazón, nuestra mente, nuestras fuerzas, hasta nuestro último aliento.


[1] Tomado de un sermón escuchado en el Instituto Bíblico Misionero de la ciudad de Quito, en el año 2008
[2] David, Un hombre de pasión y destino. Charles Swindoll.  pp. 17
[3] Ibíd. pp. 34
[4] Tomado de un sermón escuchado en el Instituto Bíblico Misionero de la ciudad de Quito, en el año 2008
[5] David, Un hombre de pasión y destino. Charles Swindoll.  pp. 18
[6] Ibíd. pp. 19
[7] Ibíd. pp. 53
[8] Ibíd. pp. 61