Quizá uno de los hombres más grandes del Antiguo Testamento es David. En el presente estudio voy a estudiar algunos de las características de este siervo de Dios.
David era un hombre conforme al corazón de Dios. Cuando pecaba, volvía a los caminos de Dios, se arrepentía de todo corazón. No callaba o encubría su pecado, sino que lo confesaba y se apartaba rotundamente de él, no volvía a caer en dicho pecado.[1]
Esto también nos habla de su espiritualidad. David era un hombre sensible a la voz de Dios. Su vida estaba en armonía con el Señor.[2]
David era un hombre obediente. Cuando
Samuel va a ungir al futuro rey de Israel, David se encontraba en el
campo cuidando las ovejas de Isaí su padre (1 Samuel 16:11). Podemos ver en David que era también responsable. A pesar de haber sido ungido como futuro rey de Israel, regresó al campo a seguir cuidando ovejas (1 Samuel 16:19). Cuando Saúl, mandó llamarle para que toque el arpa para él, David acudió sin demora. Luego de esto regresó a su trabajo pastoril (1 Samuel 17:15). “Ese era su trabajo y era fiel en hacerlo.”[3] Esto nos demuestra su humildad y responsabilidad. El ejército filisteo desafiaba a los escuadrones de Israel. David,
quien se encontraba cuidando ovejas, es llamado para llevar un encargo a
sus tres hermanos mayores que se encontraban en la guerra. Sin
reclamar David obedeció (¿Dónde estaban los otros hermanos de David?),
pero no se fue dejando abandonadas las ovejas, sino que dejo un
encargado de cuidarlas (David fue obediente y responsable) (1 Samuel
17:20).[4]
David tenía un corazón de siervo, esto lo hacía humilde. El hecho de ser un siervo, hacía de David, alguien obediente a sus autoridades, no se oponía a ellas. La humildad lo condujo a la obediencia, sin importar quien se llevara el merito, su misión era cumplir su tarea.[5]
David era un hombre integro. Tenía un “estilo de vida sencillo, honorable, virtuoso, incólume… honesto hasta los tuétanos.”[6]
David fue un hombre de fe. Mientras
aquellos hombres preparados para la guerra temblaban de miedo con solo
oír a Goliat desafiarlos, el joven David, se presenta delante de Saúl, y
confiando en el poder de Dios, se ofrece para pelear contra aquel
gigante, no él, sino Jehová de los ejércitos. (1 Samuel 17:31 – 39, 45). A David le molestó mucho que, aquel filisteo hablara mal y maldijera a Jehová Dios.[7] David pudo salir a enfrentar al gigante, porque confiaba en Dios. Sabía en quien confiaba, y que Aquel no lo defraudaría. Si paso tiempo con Dios, sobre mis rodillas, entonces tendré fe y confianza en Dios.[8]
Luego de la batalla en el valle de Ela, David es puesto sobre un batallón del ejército israelí. David, se conducía con prudencia. Empezaba a ser reconocido, y por lo tanto debía ser prudente, ya que era observado por todos (1 Samuel 18:5).
David fue un individuo valiente, un guerrero. A lo largo de su vida, lo vemos emprendiendo batallas, conquistando territorios, defendiendo a su pueblo, agrandando el reino.
Fue leal, noble. Aun
cuando ya había sido ungido como rey sobre las tribus de Israel, y
teniendo el poder para matar a Saúl, no aprovechó la oportunidad para
levantar su mano contra el rey (1 Samuel 24: 3 – 12; 26: 7 – 12, 14). Aprendió a esperar en Dios, a no “darle una manito.”
El rey David fue un hombre visionario. No
podía vivir tranquilo sabiendo que él habitaba en una gran casa de
cedro, mientras que el Arca del Pacto estaba en una tienda de campaña,
entre cortinas (2 Samuel 7:1 – 2). Sin embargo al ser
impedido por Dios de llevar a cabo dicha empresa, proveyó y acumuló
riquezas para que su hijo construyera el Templo de Dios.
El rey David fue un hombre de palabra, cumplía lo que prometía. Juró
lealtad a Jonatán, y muchos años después de la muerte de este, David se
ocupaba de Mefi-boset, descendiente de Jonatán (2 Samuel 9: 1 – 13).
Uno de los grandes placeres de David, era pasar tiempo a solas con Dios. Esto lo podemos comprobar a través de los Salmos. David no simplemente cantaba por cantar, él adoraba a Dios de todo corazón. Era un hombre espiritual.
Sin embargo, David no era un superhombre, también poseía puntos débiles, también tenía sus momentos de debilidad.
Cuando
el rey Saúl buscaba a David para matarlo, en cierto momento David dejó
de confiar en Dios y a temer a lo que pudiera hacerle Saúl (a pesar de
haber sido ungido rey). Esto lo podemos ver en la frase que David dice a Jonatán: “apenas hay un paso entre mí y la muerte.” (1 Samuel 20: 3). Ante momentos difíciles, muchas veces dejamos de depender de Dios y a buscar refugio y/o ayuda en otro lado.
David, de quien Dios dice ser un hombre conforme a su corazón, fue un padre consentidor. Descuidó su propia familia. Uno
de sus hijos violó a su media hermana, sus hijos peleaban entre sí, se
mataban unos a otros, sin embargo David no los corregía (2 Samuel 13). David
se ocupó tanto de inyectar fe en el pueblo, impartir justicia, extender
el reino, engrandecer Jerusalén, que se olvidó que su primera
responsabilidad era con su familia. Muchas veces nos
centramos tanto en el ministerio que desempeñamos, que nos olvidamos de
compartir tiempo con nuestras familias, nos descuidamos de nuestros
hermanos, padres, cónyuge. Debemos recordar que el primer ministerio es la familia (1 Timoteo 3: 4 – 5).
Cuando su reino empezó a gozar de prestigio, el poder lo convirtió un poquito caprichoso. Adulteró con la esposa de uno de sus soldados. Luego lo mandó a matar (2 Samuel 11). En
otra ocasión, sin consultar con Dios y advertido por su general Joab,
censó al pueblo para así medir la gloria alcanzada (1 Crónicas 21: 1 –
6). El mucho poder es peligroso, envanece. Cuando
estamos en un ministerio y tenemos personas a nuestro cargo debemos
evitar a toda costa envanecernos por el puesto en que estamos. Debemos de recordar siempre que somos siervos, puestos para servir primeramente a Dios, y también a nuestros hermanos.
David, un hombre conforme al corazón de Dios. A pesar de sus aciertos y desaciertos, fue un hombre que nunca dejó de amar a Dios. Esto
es lo que Dios quiere de cada uno de sus hijos, que le amemos con todo
nuestro corazón, nuestra mente, nuestras fuerzas, hasta nuestro último
aliento.
[1] Tomado de un sermón escuchado en el Instituto Bíblico Misionero de la ciudad de Quito, en el año 2008
[4] Tomado de un sermón escuchado en el Instituto Bíblico Misionero de la ciudad de Quito, en el año 2008
[5] David, Un hombre de pasión y destino. Charles Swindoll. pp. 18
[7] Ibíd. pp. 53
[8] Ibíd. pp. 61
Este Sermon Nos Sirve De Guia A los B Lactantes en Cristo jesus Para Un Futuro Armar Una Predicacion::AMEN
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