domingo, 8 de abril de 2012
Mateo 28:1 - 10
Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro.
Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del
cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras;
porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado.No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y
he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os
lo he dicho. Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron
corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las
nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: !!Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán.
viernes, 6 de abril de 2012
Injusto pero necesario
El día de hoy, denominado "Viernes Santo", ocupa un lugar muy importante en nuestros calendarios, ya que en este día recordamos el evento más injusto de toda la historia de la humanidad: la crucificción de Jesús, el Hijo de Dios.
Poncio Pilato, el gobernador romano en Palestina, en un acto de cobardía quiso negociar la libertad de Jesús pero el pueblo había sido persuadido por los principales líderes religiosos de la época, pidió la libertad de un asesino. Y que Jesús que sea crucificado (Mateo 27:15 - 23).
El mismo pueblo que días atrás le daba la bienvenida a Jerusalén (Mateo 21:1 - 11), ahora pedía su crucificción. Mataban al Cristo, a Aquel que les había alimentado en el desierto, había expulsado demonios, les había sanado de tantas enfermedades. Aquel que solamente les había hecho bien, ahora era el merecedor de tan cruel muerte. !Que injusto¡
Pero a pesar de toda la injusticia de este acto, esta era la forma en que Dios haría expiación por nuestros pecados. Un dicho norteamericano dice: "no hay almuerzo gratis, alguien siempre tiene que pagar". De la misma forma, no era cuestión de que Dios tronara los dedos y el pecado de la humanidad desaparecería, había un precio que pagar, precio que nosotros, la raza humana jamás podríamos pagar.
Por esta razón era necesario un sacrificio perfecto, agradable a Dios. Y solo Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).
Lo impactante de este sacrificio es el hecho de que era Dios quien había sido ofendido con nuestros pecados, y por lo tanto era su ira la que debia ser satisfecha, pero es Él mismo quien provee la paga para que usted y yo no seamos castigados:
"Mas Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros"
Romanos 5:8
Ahora bien, usted puede lamentarse año tras año la muerte de Cristo en la cruz, o puede también aceptar el sacrificio de Cristo por usted y vivir agradecido a Dios, y mediante esa gratitud servir y agradar a Dios con temor y temblor.
martes, 3 de abril de 2012
Bienaventurados los pobres en espíritu
En esta ocasión analizaremos tan solo la primera característica que tiene un hijo de Dios, un ciudadano del Reino, que Jesús nos muestra en Mateo 5:3
"Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos."
En primer lugar notamos que este pasaje no habla de personas pobres materialmente. Puede haber personas muy ricas materialmente hablando, pero pobres en espíritu, de la misma forma que puede haber personas pobres materialmente, pero que no tienen un espíritu pobre. Tampoco ser pobre en espíritu se refiere a ser pobre en espiritualidad. Es decir a no adorar a Dios en espíritu y verdad por carecer de una relación verdadera con Dios. Tampoco es pobreza en espíritu la falsa humildad de decir que no tenemos dones o talentos para servir a Dios y edificar la iglesia. Eso más bien es, ser ingrato, mentiroso y perezoso, no queriendo trabajar por y para el Señor.
Entonces, ¿ Quien es un pobre en espíritu? Un pobre en espíritu es todo el que tiene corazón de pobre, que se siente pequeño, mendigo, insuficiente, y depende siempre y en todo de Dios, aun en aquellas cosas que pueden resultar insignificantes. Ser pobre en espíritu es tener un bajo concepto de sí mismo. Tenemos el ejemplo de Pablo, el cual, a pesar de abundar en dones espirituales se tenía el menor de los apóstoles (1 Corintios 15:9) y como el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15). En tercer lugar, un pobre en espíritu es aquel que ha perdido toda confianza en su propia justicia y en sus propias fuerzas, y reconoce que depende totalmente del merito de la obra de Cristo y del poder de su Espíritu. Tiene un corazón contrito y humillado y clama como el publicano en Lucas 18:13. Aquel es un pobre en espíritu.
Pero, ¿Por qué es bienaventurada una persona así? La razón la podemos encontrar en el mismo versículo, la segunda parte: "Porque de ellos es el Reino de los Cielos".
Ahora bien, ser un poseedor del Reino de los Cielos tiene sus implicaciones. Implica responsabilidades, pero también privilegios.
En primer lugar veamos las responsabilidades. Para ser un poseedor del Reino de los Cielos es necesario reconocer la pobreza propia y recurrir siempre a Dios. Reconocer que no somos nada ni nadie, que no podemos hacer las cosas en nuestras propias fuerzas, que necesitamos de la ayuda de Dios cien por ciento. En segundo lugar, un poseedor del Reino de los Cielos debe mantenerse en constante análisis personal de su relación con Dios. Buscando la limpieza física y espiritual (2 Corintios 7:1). Debe, con la ayuda del Espíritu Santo eliminar aquellas cosas que estorban su relación con Dios, aquellos pecados que pueden llegar a parecer minúsculos pero que en realidad son grandes obstáculos para tener una vida de santidad frente a Dios. Pero no solo en relación con Dios, sino también frente a los hombres. El apóstol Pedro nos exhorta a vivir limpiamente frente a los inconversos, a tener un testimonio intachable con aquellos que no conocen a Cristo (1 Pedro 2:11 – 12). Finalmente hemos sido llamados para vivir santamente en todos los ámbitos de nuestra vida (1 Pedro 1:14 – 16).
Como vimos hace un momento, el ser un poseedor del Reino de los Cielos también trae consigo sus recompensas, sus privilegios. Un ciudadano del Reino de los Cielos es alguien feliz, alguien bienaventurado (súper feliz), ya que está seguro que Dios siempre está a su lado ayudándolo y acompañándolo. Además es consiente de que es poseedor de grandes y preciosísimas promesas. Dios habita en un él a través de su Espíritu, un ciudadano del Reino es hijo de Dios (2 Corintios 6:14 – 18); Dios mismo estará con él y con él siempre. Puede estar seguro, de que, al cumplir con su responsabilidad de vivir santamente el Nombre de su Rey será exaltado y glorificado por todos (1 Pedro 2:12), aun los inconversos. Y también él mismo llegará a parecerse a su Dios y Padre (1 Pedro 1:16).
Saltan varias preguntas, que cada uno debe contestarse a sí mismo. ¿Estoy dependiendo totalmente de Dios? ¿Me creo auto-suficiente? ¿Reconozco el pecado en mi vida? ¿Cómo me afecta en mi vida?
Es hora de reconocer nuestra bajeza y nuestra necesidad de Dios y empezar a depender totalmente de Él
Un hombre conforme al corazón de Dios
Quizá uno de los hombres más grandes del Antiguo Testamento es David. En el presente estudio voy a estudiar algunos de las características de este siervo de Dios.
David era un hombre conforme al corazón de Dios. Cuando pecaba, volvía a los caminos de Dios, se arrepentía de todo corazón. No callaba o encubría su pecado, sino que lo confesaba y se apartaba rotundamente de él, no volvía a caer en dicho pecado.[1]
Esto también nos habla de su espiritualidad. David era un hombre sensible a la voz de Dios. Su vida estaba en armonía con el Señor.[2]
David era un hombre obediente. Cuando
Samuel va a ungir al futuro rey de Israel, David se encontraba en el
campo cuidando las ovejas de Isaí su padre (1 Samuel 16:11). Podemos ver en David que era también responsable. A pesar de haber sido ungido como futuro rey de Israel, regresó al campo a seguir cuidando ovejas (1 Samuel 16:19). Cuando Saúl, mandó llamarle para que toque el arpa para él, David acudió sin demora. Luego de esto regresó a su trabajo pastoril (1 Samuel 17:15). “Ese era su trabajo y era fiel en hacerlo.”[3] Esto nos demuestra su humildad y responsabilidad. El ejército filisteo desafiaba a los escuadrones de Israel. David,
quien se encontraba cuidando ovejas, es llamado para llevar un encargo a
sus tres hermanos mayores que se encontraban en la guerra. Sin
reclamar David obedeció (¿Dónde estaban los otros hermanos de David?),
pero no se fue dejando abandonadas las ovejas, sino que dejo un
encargado de cuidarlas (David fue obediente y responsable) (1 Samuel
17:20).[4]
David tenía un corazón de siervo, esto lo hacía humilde. El hecho de ser un siervo, hacía de David, alguien obediente a sus autoridades, no se oponía a ellas. La humildad lo condujo a la obediencia, sin importar quien se llevara el merito, su misión era cumplir su tarea.[5]
David era un hombre integro. Tenía un “estilo de vida sencillo, honorable, virtuoso, incólume… honesto hasta los tuétanos.”[6]
David fue un hombre de fe. Mientras
aquellos hombres preparados para la guerra temblaban de miedo con solo
oír a Goliat desafiarlos, el joven David, se presenta delante de Saúl, y
confiando en el poder de Dios, se ofrece para pelear contra aquel
gigante, no él, sino Jehová de los ejércitos. (1 Samuel 17:31 – 39, 45). A David le molestó mucho que, aquel filisteo hablara mal y maldijera a Jehová Dios.[7] David pudo salir a enfrentar al gigante, porque confiaba en Dios. Sabía en quien confiaba, y que Aquel no lo defraudaría. Si paso tiempo con Dios, sobre mis rodillas, entonces tendré fe y confianza en Dios.[8]
Luego de la batalla en el valle de Ela, David es puesto sobre un batallón del ejército israelí. David, se conducía con prudencia. Empezaba a ser reconocido, y por lo tanto debía ser prudente, ya que era observado por todos (1 Samuel 18:5).
David fue un individuo valiente, un guerrero. A lo largo de su vida, lo vemos emprendiendo batallas, conquistando territorios, defendiendo a su pueblo, agrandando el reino.
Fue leal, noble. Aun
cuando ya había sido ungido como rey sobre las tribus de Israel, y
teniendo el poder para matar a Saúl, no aprovechó la oportunidad para
levantar su mano contra el rey (1 Samuel 24: 3 – 12; 26: 7 – 12, 14). Aprendió a esperar en Dios, a no “darle una manito.”
El rey David fue un hombre visionario. No
podía vivir tranquilo sabiendo que él habitaba en una gran casa de
cedro, mientras que el Arca del Pacto estaba en una tienda de campaña,
entre cortinas (2 Samuel 7:1 – 2). Sin embargo al ser
impedido por Dios de llevar a cabo dicha empresa, proveyó y acumuló
riquezas para que su hijo construyera el Templo de Dios.
El rey David fue un hombre de palabra, cumplía lo que prometía. Juró
lealtad a Jonatán, y muchos años después de la muerte de este, David se
ocupaba de Mefi-boset, descendiente de Jonatán (2 Samuel 9: 1 – 13).
Uno de los grandes placeres de David, era pasar tiempo a solas con Dios. Esto lo podemos comprobar a través de los Salmos. David no simplemente cantaba por cantar, él adoraba a Dios de todo corazón. Era un hombre espiritual.
Sin embargo, David no era un superhombre, también poseía puntos débiles, también tenía sus momentos de debilidad.
Cuando
el rey Saúl buscaba a David para matarlo, en cierto momento David dejó
de confiar en Dios y a temer a lo que pudiera hacerle Saúl (a pesar de
haber sido ungido rey). Esto lo podemos ver en la frase que David dice a Jonatán: “apenas hay un paso entre mí y la muerte.” (1 Samuel 20: 3). Ante momentos difíciles, muchas veces dejamos de depender de Dios y a buscar refugio y/o ayuda en otro lado.
David, de quien Dios dice ser un hombre conforme a su corazón, fue un padre consentidor. Descuidó su propia familia. Uno
de sus hijos violó a su media hermana, sus hijos peleaban entre sí, se
mataban unos a otros, sin embargo David no los corregía (2 Samuel 13). David
se ocupó tanto de inyectar fe en el pueblo, impartir justicia, extender
el reino, engrandecer Jerusalén, que se olvidó que su primera
responsabilidad era con su familia. Muchas veces nos
centramos tanto en el ministerio que desempeñamos, que nos olvidamos de
compartir tiempo con nuestras familias, nos descuidamos de nuestros
hermanos, padres, cónyuge. Debemos recordar que el primer ministerio es la familia (1 Timoteo 3: 4 – 5).
Cuando su reino empezó a gozar de prestigio, el poder lo convirtió un poquito caprichoso. Adulteró con la esposa de uno de sus soldados. Luego lo mandó a matar (2 Samuel 11). En
otra ocasión, sin consultar con Dios y advertido por su general Joab,
censó al pueblo para así medir la gloria alcanzada (1 Crónicas 21: 1 –
6). El mucho poder es peligroso, envanece. Cuando
estamos en un ministerio y tenemos personas a nuestro cargo debemos
evitar a toda costa envanecernos por el puesto en que estamos. Debemos de recordar siempre que somos siervos, puestos para servir primeramente a Dios, y también a nuestros hermanos.
David, un hombre conforme al corazón de Dios. A pesar de sus aciertos y desaciertos, fue un hombre que nunca dejó de amar a Dios. Esto
es lo que Dios quiere de cada uno de sus hijos, que le amemos con todo
nuestro corazón, nuestra mente, nuestras fuerzas, hasta nuestro último
aliento.
[1] Tomado de un sermón escuchado en el Instituto Bíblico Misionero de la ciudad de Quito, en el año 2008
[4] Tomado de un sermón escuchado en el Instituto Bíblico Misionero de la ciudad de Quito, en el año 2008
[5] David, Un hombre de pasión y destino. Charles Swindoll. pp. 18
[7] Ibíd. pp. 53
[8] Ibíd. pp. 61
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