jueves, 8 de febrero de 2018

LAS MANOS CARIÑOSAS DEL PADRE

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     El 7 de febrero mi primogénito cumplió seis meses de vida.  En este tiempo, me ha enseñado un amor distinto, puro, casi supremo.  Pero también me aprendido lo que es dolor, un sufrimiento intenso. 
     
     Hace un par de días, producto del cambio de clima y las enfermedades que esto supone, tuvimos que, tarde en la noche, llevarlo de urgencia al hospital ya que presentó fiebre, la cual no disminuía.

     Aquel día, sus sonrisas características, su gorjeo continuo y cada una de sus ocurrencias no se evidenciaron en todo el día.  Por el contrario, sus parpados se tornaron rojos y sus pequeños ojos estuvieron inundados de lágrimas.  Verlo así, y siendo incapaz de tener solución a su dolor me partía el corazón.

     Mi mente se centraba una y otra vez en el Padre Celestial.  Él entiende nuestro sufrimiento.  Él mismo pasó el dolor más grande que cualquiera pueda soportar.  Su propio Hijo fue golpeado hasta ser desfigurado, coronado con espinas, los insultos y escupitajos fueron parte de su tortura, sufrió el peso del pecado de la humanidad y finalmente fue clavado a una cruz.  ¡Claro que sí! ¡Dios entiende nuestro dolor!

     Pero su Hijo volvió a la vida, proveyendo esperanza para nuestro dolor.  Dios está buscándonos, aun cuando pretendemos escondernos de Él; abrazándonos, aun cuando pretendemos ser fuertes; consolándonos, aun cuando nos refugiamos en nuestros propios caparazones.

     No tendremos seguridad escondiéndonos de Él, nuestra fortaleza se desvanece lejos de los brazos del Padre, solamente en Él tendremos consuelo.  Su Promesa Fiel es el consuelo y su mano acariciando nuestra mejilla para secar las lágrimas de dolor y desesperación.  La esperanza que nos ofrece es un lugar que no tendrá cabida para el sufrimiento, y esto será posible por su presencia entre nosotros.

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