martes, 12 de junio de 2012

Testimonio de Bartimeo


Hola, mi nombre es Bartimeo.  Cuando nací, tenía una buena salud, buen peso, la estatura adecuada, aparentemente un niño sano.  Solo tenía un problema, que fue descubierto luego de algún tiempo: yo había nacido ciego.
El dolor en mi familia era muy grande.  Mis padres lloraban mucho, ya que en mi país el hecho de que alguien nazca ciego o con algún otro defecto o enfermedad es sinónimo de castigo divino por algún pecado.  Esto era motivo de gran vergüenza para la familia.
Cierto día, mis padres tomaron una decisión que cambiaría el resto de mi vida.  Fue así como me dejaron abandonado a las puertas de la ciudad de Jericó.  Apenas tenía cinco años cuando todo esto pasó.
Fue muy duro.  Al principio no entendía nada, pensaba que iban a regresar por mi, que todo esto era un error.  Sin embargo no era así.  Empezó a hacerse tarde, lo sé porque el ir y venir de las personas iba menguando, ademas la temperatura empezó a bajar, el frío penetraba hasta lo más hondo de mí, incluso los huesos me empezaron a doler, empecé a tener hambre, no había comido nada en horas.  Pero lo peor de todo es que me sentía solo y confundido.  Así fue mi primer experiencia lejos de todo cuidado y compañía.
Al día siguiente me levanté con muchas esperanzas de que mis padres llegaran y me llevaran nuevamente a casa, pero eso nunca pasó.  Los volví a esperar al día siguiente, y al siguiente y al siguiente, pero nunca volvieron por mi.  Empecé a entender lo que pasaba.
Entonces comencé a pedir limosnas.  Mucha gente entraba y salia cada día de Jericó, así que estar a la puerta de la ciudad era ventajoso, a veces.  Muchas veces lo que me daban de caridad no me alcanzaba para comer.  !Cuantas veces me acosté sin comer nada!  Así fue pasando el tiempo, y entre limosna y limosna me fui acostumbrando a mi nueva vida.  Pasaron los días, meses, años, y yo ya había perdido toda esperanza.  Moriría pidiendo limosnas a las puertas de Jericó.
Un buen día, escuché hablar de un hombre de Nazareth que según decían era capaz de hacer muchas sanidades milagrosas.  Decían que hacia hablar a los mudos, que los cojos andaban, que los paralíticos se podían mover, que resucitaba muertos, que un hombre con la mano seca había recuperado la movilidad, una mujer encorvada había sido sanada, y muchos milagros más, incluso había devuelto la vista a ciegos.  Algunos creían que era uno de los profetas que había vuelto a la vida, otros afirmaban que se trataba de Elías, y un pequeño grupo estaba convencido de que este era el Cristo que había sido prometido.
Necesitaba estar cerca de él, pero mi ceguera me lo impedía.  Así que continué pidiendo limosnas, pero cada día rogaba que Jesús pasara por Jericó.  Hasta que un día Dios me escuchó: Jesús estaba en la ciudad, !estaba en Jericó!
Esperé pacientemente a que saliera para poder acercarme a él y pedirle que me sanara.  De repente, mucha gente empezó a salir de Jericó.  Como me pareció raro que muchos salieran juntos, pregunté por qué tanto alboroto.  Me dijeron que Jesús estaba saliendo de Jericó.  Cuando escuché esto me puse muy triste.  Había esperado tanto tiempo para estar cerca de Jesús, y ahora que había estado en Jericó se estaba marchando y no había podido estar con él.  Las lagrimas corrían por mi rostro, sería ciego para siempre, moriría siendo ciego, a menos que...
Me puse de pie y empecé a gritar: "Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí"  La multitud que seguía a Jesús me reprendía para que me callara, pero yo no estaba dispuesto a quedarme ciego hasta morir, así que gritaba con más fuerza: "Jesús, hijo de David, ten misericordia de mi"
En ese momento Jesús se detuvo, y mando que me llevasen ante él.  !Qué emoción la mía!
- ¿Qué quieres que te haga? - me preguntó Jesús
Estoy seguro que Jesús sabia lo que yo quería, pero él deseaba que yo se lo pida.
- Señor, quiero ver - fue mi respuesta - quiero recibir la vista.
- Recíbela - me contestó Jesús.
En ese preciso momento pude ver.  Veía los arboles, los animales, la luz del sol, a las personas, pero lo más importante, podía ver a aquel que me dio la vista, a Aquel que me dio todo.  Empecé a seguir a Jesús cantando y dando gloria a Dios.

viernes, 8 de junio de 2012

Corriendo con los caballos


Jeremías 12:5
Si corriste con los de a pie, y te cansaron, ¿Cómo contenderás con los caballos? Y si en la tierra de paz no estabas seguro, ¿Cómo harás en la espesura del Jordán?

El profeta Jeremías tuvo un ministerio bastante difícil.  Fue llamado desde muy joven (1:6) a una tarea bastante ardua.  Jeremías ministró durante el reinado de los cinco últimos reyes de Judá.  Mientras el pueblo se extraviaba cada vez más en sus pecados y abominaciones, en el norte se hacía cada vez más poderoso el Imperio Babilónico, amenazando así a la pequeña Judá.  Judá, cegada por sus pecados, rehusó escuchar a Dios por medio de Jeremías.  A este, lo maltrataron, fue objeto de burla, cárcel, fue arrojado a una cisterna, mantenido con agua y pan.  Pero Dios siempre estuvo con él, tal como se lo prometió en su llamamiento (1:8).
Aun así, llegaron momentos en la vida del profeta en que, abrumado por todo cuanto se le venía encima, por toda la maldad del pueblo judío, toda la idolatría que se veía, pidió la destrucción de los malvados, de los idolatras, de los impíos (12: 1 – 4).
Pero es interesante la respuesta de Dios.  Dios no le dice: “Esta bien Jeremías, voy a aliviarte de tu sufrimiento, eliminare a todos los que buscan mi mal y el tuyo.”  “Mandaré fuego del cielo y consumirá a todos los pecadores”
No, no es eso lo que Dios hace, sino que le responde con respecto a la actitud de Jeremías (12:5).
“Si en lo que es más sencillo te cansas y desistes, como podrás en lo que realmente requiere de esfuerzo”
Muchas veces estamos también quejándonos de las cosas que nos acontecen, de las muchas lecturas (perdón no quise decir eso), de lo cansado que nos sentimos, que tenemos que quedarnos hasta altas horas de la madrugada estudiando, lo difícil que nos resulta el servicio cristiano, lo complicado que puede ser entender hebreo o griego, etc.
Sin embargo, aun estamos corriendo con los de a pie.  Aun no empezamos a correr con los que cabalgan y ¿ya estamos cansados?  ¡Tengamos cuidado!
En mis dos últimos años de colegio, tuve el privilegio de representar en atletismo a Pedernales en varias competencias a nivel de Manabí e incluso fui a correr en la carrera Zaracay 10 K.  Pero, para poder participar en cada una de esas carreras necesite mucho tiempo de preparación.  Cada día entrenaba de cinco a siete de la tarde, durante meses enteros, debíamos ser disciplinados, tener una dieta balanceada, un horario adecuado para dormir, etc.  Todo esto para correr 10 segundos o menos de ser posible.
De la misma forma sucede en la vida del cristiano.  Debemos entrenarnos para el día de mañana, debemos tener disciplina hoy en día.  Hay varios aspectos o áreas en las que debemos ejercitarnos como cristianos.  Solo veremos tres por honor al tiempo:

Oración._ La oración es la forma en que nos comunicamos con nuestro Padre.  Esto es algo básico, pero que muchas veces no le damos la importancia debida.  En 1 Tesalonicenses 5:17 Pablo nos exhorta a orar sin cesar. Martín Lutero decía que tenía tanto que hacer que necesitaba dos horas para orar.  Ejercitémonos en la oración porque esta aprovecha para lo eterno.

Devocional diario._  Creo que en esto somos peritos, sin embargo solo quería mencionarlo.  Y recordar que este es un momento de suma importancia en nuestro día.  Por medio de nuestro encuentro diario con Dios podemos reafirmar nuestra relación con Él.  Llegó un momento en mi vida en que este tiempo se me volvió una rutina: orar, leer el pasaje, meditar, orar.  Sin embargo, no debe ser así.  Debe de ser un momento especial, anhelado.  Debemos poder decir junto al salmista: Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. (Salmo 5:3).

Lectura diaria de la Palabra de Dios._ A parte del tiempo de devocional, es necesario leer más la Palabra de Dios.  Colosenses 3:16 nos exhorta a que la palabra de Cristo more en abundancia en vosotros.  En cierta ocasión un profesor, dio un desafío, el preguntó ¿Cuánto tiempo utilizamos haciendo nada? (viendo tv., horas y horas en facebook, jugando, etc.)  ¿Qué pasaría si ese tiempo lo invirtiéramos en leer la Palabra de Dios?  Nuestras vidas serían distintas, estaríamos siendo llenos del Espíritu Santo y pareciéndonos cada vez más a Jesús.
Pudiera escribir un libro acerca de disciplinas cristianas (ayuda a los pobres, aprovechar bien el tiempo, ser generoso, aprender a perdonar, etc.) pero si somos disciplinados en estas tres podremos también empezar a ser disciplinados en las demás.
¿Cómo correremos mañana?  ¿Podremos resistir las dificultades que se presentaran en el ministerio?
Todo depende de si es que desde ahora empezamos a ser disciplinados en las diferentes áreas de nuestras vidas.
Si queremos correr mañana con los de a caballo, empecemos hoy por ser disciplinados.